La Asunción
Sal de la presencia
Tú que siempre nos asistes
Conviértete en la luz de lo eterno
Verdura y flor.
“Música callada”.
Lávame
y guárdame sin enojos,
llévame a misa
a los paseos de música, a las procesiones.
Sube conmigo al Castillo de Santa Rosa
para sentir a Luisa Cáceres
en la flor de los vientos,
en el salitre alado de Guacuco,
en la presencia de su lealtad.
Quiero trepar entre los caracueyes
para disfrutar la emancipación de Matasiete
y palpar en las piedras la valentía de tu gente.
Al amanecer, me siento en la Plaza Bolívar y algo me sigue
todo lo que miro me mira.
La memoria de la infancia surge desde el fondo
para encontrar lo nuevo. Respira.
La Asunciòn alcanza su belleza y su sentido y
todas las imágenes antiguas
llegan con las campanadas de la iglesia
vienen sonando a bondad desde el misterio.
Esta ciudad nunca se apaga;
conocemos su penumbra y la amamos.
Celada en el silencio, la Virgen de La Asunciòn aparece
como el soplo de un lirio,
nos asiste y bendice.
Una alondra gorjea una serenata sobre los guayacanes.
Le pregunto: ¿Qué pedazo del cielo traes contigo?
Nada dijo. Era la ensoñación.
La Asunciòn es la casa y me habita.
(Poema Inédito)
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